El instante sagrado es aquel espacio de conciencia que dedicamos a disfrutar y agradecer la Vida con todas sus maravillas.
Es, por ejemplo, ese momento en que nos detenemos a saborear conscientemente un sorbo de agua, notando su presencia mágica y sintiendo la relación que existe entre ella y nosotros. Al apreciar que ella está ahí para hidratarnos y, dándonos su energía, para nutrirnos, renovarnos y purificarnos, con lo que a su vez el agua se potencia para verdaderamente brindarnos vida y salud.
Cuando salimos al encuentro del agua con nuestra maravillosa energía consciente plena de amor y gratitud, el agua se trasmuta también en el intercambio: en ese encuentro se funden ambas esencias para conformar una sola energía que al ingerir integramos en nosotros en un solo cuerpo consustancial.
Como hemos perdido la conciencia para percibir el instante presente, todo esto que podría ser una realidad cada vez que bebemos un vaso de agua, nos pasa desapercibido.
Quizás ni siquiera llegamos a saborearla, con lo que esa agua pasará por nosotros como un vaso de agua más… y cada día, como un día más; y la gente, como seres intercambiables, desechables… sin relevancia, sin distinción, sin propiedad, sin valor… sin importancia.
Es curioso que sea ésta la manera en que aprendemos a relacionarnos con el mundo. Nosotros, para quienes es tan importante sentirnos especiales y que tantos esfuerzos hacemos por parecer únicos, notorios, diferentes… llegando a veces hasta cualquier extremo con tal de que se nos tome en cuenta, nos hemos olvidado de lo más obvio: de que en realidad:
somos únicos, irrepetibles, individuales.
Y que cada momento, cada persona que aparece en nuestras vidas, ¡también lo es!
Sí, nos perdemos el “instante sagrado”, y con esto la oportunidad de darle a cada presencia su valor real. Metemos experiencias que son “únicas” en un mismo saco y todo empieza a parecernos igual; todo pierde su identidad, su propiedad, su individualidad. Dentro de esa amalgama que hemos creado empezamos a obsesionarnos con la desesperante necesidad de distinguir algunas cosas como “especiales” en nuestras vidas.
“Lo especial” es el valor subjetivo que adquiere algo en nuestra conciencia cuando lo enriquecemos con nuestro aprecio. En cambio, la condición de único es una condición universal. Es el misterio de la Unidad en la diversidad y la posibilidad de que siendo todos emanaciones de un solo Ser, podamos adquirir conciencia de individualidad, y desarrollar nuestro poder creador con la propiedad y el carácter que nos otorga el hecho de ser manifestaciones únicas y originales del Ser.
Pero, volviendo a “lo especial”; podemos entenderlo como:
la posibilidad de ver en cada “cosa” su propia “presencia”; dar a cada momento y a cada persona su “espacio sagrado” en nuestras vidas.
Apreciar “lo especial” es darle a cada ser su espacio y su tiempo en la creación, y su presencia importante en nuestras vidas. Lo llamo indistintamente “espacio sagrado” o “instante sagrado”, porque el espacio-tiempo es solo una dimensión relativa a nuestra conciencia. El Ser y el No-ser de una cosa dependen simplemente de que nuestra conciencia esté o no esté ahí –o no- para notarla, de que hayamos aprendido a ver la existencia con la capacidad de apreciar el valor en Todo.
La vida es, en definitivas, como una escuela. “La Gran Escuela de la Vida” en la que detrás de cada vivencia, cada frustración o malestar se encuentra la señal del Maestro indicándonos la lección que nos falta aprender (recordar). Aunque por la propia intensidad de las experiencias nos hagamos ajenos a esta realidad y nos quedemos más bien enganchados en emociones y sentimientos que nos invalidan: como la rabia, la lástima, la culpa, la vergüenza, el temor…
Para poder replantearnos las cosas en términos de lo que ha sido dicho necesitamos un sistema de creencias que sea positivo, que nos invite a aventurarnos sin miedos, sin reservas, sin presentimientos ni prejuicios. Con el cual podamos dejarnos transformar por las vivencias en total libertad de ser, para descubrirnos y reafirmar nuestra verdadera identidad y su poder ilimitado. Que nos ayude a entender que en las enfermedades, el sufrimiento y las aparentes desgracias, no hay injusticia alguna, y que mucho menos deberíamos considerarlas como manifestaciones de un castigo divino.
Toda condición que conlleve dolor y sufrimiento, como la enfermedad, tiene un valor educativo, y permanecerá el tiempo necesario para que en nosotros maduren los frutos del conocimiento que intentan aportar: nuevas formas de entender la vida que deberemos digerir y aceptar con gusto o resignación, asimilando la lección para poder corregir nuestros anteriores desaciertos. Una vez ocurrido este proceso la enfermedad no tendrá ya razón de persistir. El dolor y el sufrimiento desaparecerán como una consecuencia natural, pero nunca antes.
Estas experiencias sólo constituyen una invitación directa al despertar de la vida verdadera, para crecer y madurar en las virtudes del espíritu, y avanzar de frente y con dignidad hacia nuestro glorioso destino en La Unidad del Amor.
Doctor Efraín Hoffmann
Director de la Academia, Médico Holístico.