Cuando decimos que un individuo luce viejo a los cuarenta años y que otro es joven a los setenta, ¿qué nos sugiere esto? Que envejecemos en el tiempo, pero el tiempo no es la causa del proceso de “envejecimiento”.

La acumulación de cambios en el organismo que deterioran nuestras funciones y aumentan el riesgo de morir con el pasar del tiempo, están solo incidentalmente relacionados con la edad, pero no son parte esencial de ella.

Si sometiésemos dos piedras a un proceso continuo de erosión por el agua, notaríamos que se desgastarían a distintas velocidades dependiendo de las respectivas durezas y densidades. Lo mismo ocurriría con dos individuos que sujetos a influencias deteriorantes similares, envejecerán a un ritmo diferente acorde con la resistencia que cada quien ofrezca a las fuerzas desgastadoras.

Pero los seres vivientes no somos materia inerte, y tenemos la capacidad de autorepararnos cuando las causas del envejecimiento son retiradas. Los seres vivientes intercambiamos materia y energía con el medio externo, y esto ocurre a través de un mecanismo subconsciente que controla las entradas y salidas, la ingesta y excreción de nutrientes y sustancias tóxicas o de desecho para la continua reconstrucción de nuestros componentes funcionales y estructurales. A este proceso se le denomina Metabolismo: la fase de reconstrucción es el Anabolismo y la de descomposición y combustión celular es el Catabolismo.

Normalmente, las células viejas se dividen y se subdividen en células jóvenes, pero no se mueren. Los componentes estructurales constantemente son removidos como si diariamente sustituyésemos los ladrillos y palos viejos de una casa por nuevos materiales. Lo que pasa es que así como algunos ingenieros sustituyen materiales de primera calidad por materiales de segunda para abaratar costos, así nosotros no alimentamos nuestro organismo con los nutrientes requeridos para su buen desempeño.

Las células pueden considerarse entonces potencialmente inmortales, inmunes al paso del tiempo. Visto bajo este cristal, la enfermedad y la muerte lucen como algo normal.

Tenemos prueba de que envejecer es consecuencia del estado crónico de saturación tóxica que ocasiona el deterioro de la vitalidad celular e impide la regeneración.

También ha sido demostrado que no sólo el proceso de envejecimiento puede enlentecerse, sino que hasta cierto punto puede revertirse y recuperar condiciones perdidas. Porque rejuvenecer no es más que el proceso regular y ordinario de renovación celular que ocurre continuamente en la vida de todo organismo viviente.  Pero por supuesto, revertir el proceso de senectud en los jóvenes de manera que el envejecimiento ocurra más lentamente es más factible que rejuvenecer el organismo ya envejecido.

Posteriormente, volveremos a este punto al hablar del ayuno, ya que constituye el medio fundamental para propiciar en el organismo el proceso de desintoxicación y el reposo metabólico que se requiere para la regeneración.

Envejecer no implica deterioro, pero el envejecimiento precoz o acelerado no sólo es otra enfermedad crónica, sino que es la causa misma de cualquier enfermedad crónica. Como dijimos, es un estado crónico de saturación de toxinas que deteriora la vitalidad celular, en el que se acumulan cambios patológicos en las estructuras celulares.

Asociamos vejez con enfermedad porque las perturbaciones se hacen crónicas y se acumulan con los años, y como la gente enferma y se degenera precozmente, por ser “mayoría” consideramos que esto es lo normal.  Pero la gente saludable también envejece, aunque sin menoscabo de su capacidad para disfrutar la vida. 

Así que la enfermedad como tal es una anormalidad, al igual que el envejecimiento, producto de una transgresión del equilibrio normal y natural.

Vida

es sinónimo de flexibilidad, adaptación y transformación y estas son las mismas características de la juventud, y las mismas que permiten conservar la salud y la organización interna.

Muerte

por el contrario, se asocia con la rigidez y el estancamiento; al igual que la vejez y la enfermedad es producto de la acumulación de tóxicos, la degeneración y desorganización de las funciones celulares.

El ser humano está diseñado para una más larga y mejor vida de la que actualmente disfruta. 

Nuestro promedio de vida no sobrepasa los ochenta (80) años para las mujeres y setenta y cinco (75) para los hombres. Deberíamos vivir considerablemente muchos más años y también disfrutar de una salud y vigor completos.

El hecho es que excluyendo los accidentes, crímenes y guerras, los humanos morimos por causa de enfermedades. Si viviéramos de manera tal que pudiésemos prevenir el desarrollo de ese estado de intoxicación y desgaste mencionado, no sólo viviríamos mucho más de lo que se piensa posible, sino que lo haríamos en posesión total de nuestras facultades psíquicas y físicas.

El máximo de vitalidad y plenitud de facultades y crecimiento del ser humano ocurre alrededor de los 25 años. A partir de ese momento comienza a menguar gradualmente hasta los 80 años que es nuestro promedio de vida.

Pero ocurre que cuando naturalmente se detiene el ritmo expansivo de crecimiento y vitalidad, comienza en nuestras vidas una etapa de demandas energéticas crecientes: comenzamos a trabajar en circunstancias de alta competitividad que nos demanda cada vez más tiempo y dedicación (8, 10, 12 horas diarias), y cada vez menos tiempo para comer, para hacer ejercicio, para descansar y dormir eficazmente. Al mismo tiempo, seguramente, vienen juntos el matrimonio, hijos y todas las responsabilidades correspondientes, a lo cual podemos sumarle la mala alimentación y consumo de drogas, cigarrillo, alcohol y demás tóxicos.

Entonces, a partir de los 30 años, se inicia un deterioro gradual de nuestra vitalidad que será más o menos acentuada dependiendo exclusivamente de un elemento: el mantenimiento.

El acentuado deterioro de la vitalidad por el stress y la acumulación de tóxicos, genera una multiplicidad de manifestaciones de enfermedad tales como hipertensión, insomnio, tensiones musculares, gastritis, colitis, palpitaciones, dificultad respiratoria, neuritis, lumbalgias, entre otras. Todas son expresiones del stress mal manejado y desequilibrios tóxicos y psicosomáticos que pueden ocasionar incluso la muerte por infarto masivo de miocardio.

Si este proceso no fuese contrarrestado en la década de los 40, se agravarían los padecimientos presentando ya degeneración celular, es el caso ahora de úlceras, artritis, artrosis, arterioesclerosis, diabetes, cáncer, enfermedades metabólicas, infartos cerebrales, cardíacos, etc., patologías de mayor gravedad y de carácter invalidante.

Para la década de los 50 nos convertimos entonces en minusválidos y farmacodependientes, condenados a seguir viviendo con dolores y limitaciones de toda índole, tomando a diario múltiples drogas para sobrellevar nuestras desdichas.

La pregunta es:

¿acaso este fatal proceso de deterioro es un inexorable desenlace predestinado genéticamente o es más bien producto del estilo de vida que sigue la mayoría de la humanidad que al transgredir las leyes de la Naturaleza agota su reserva funcional?

Ninguno de estos padecimientos son síntomas de alguna edad en particular.  Cuando dijimos que un individuo puede estar joven a los 70 años o envejeciendo a los 40 años, justamente nos referimos a eso, que el tiempo no es la causa del envejecimiento ni de la enfermedad.

Existe una edad cronológica que corresponde al número de años vividos. Una edad física o fisiológica que corresponde a la condición de las células, órganos y sistemas del organismo, y también una edad mental y emocional que corresponde a lo que se denomina la madurez o inmadurez psíquica del individuo.

Por tanto, con 40 años de edad, se puede tener un envejecimiento del sistema cardiovascular y musculoesquelético correspondiente a un equivalente de 70 años y por el contrario, una inmadurez emocional como de un niño de 7 años, aún cuando la edad mental sea 40 años.

Este es el desequilibrio que vivimos por el sedentarismo y la falta de mantenimiento, acompañados por alguna situación traumática no asimilada que puede afectarnos desde la infancia.

Pero ¿sabías que por medio del entrenamiento aeróbico se revierte la condición pulmonar y cardiovascular a una condición más juvenil?, sin olvidar que la función eréctil del miembro masculino refleja la edad cardiovascular. Esto es válido para el sistema nervioso, musculoesquelético, piel y mucosas y todo en general.

El mantenimiento y el cuido personal son la clave. 

Envejecer no implica deterioro y el mantenimiento hace la diferencia;

la diferencia entre envejecer y morir saludable o vivir enfermo.

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